Mi hermano era un buen chico, había leído mucho, estudiaba y se portaba bien. Él nunca salía hasta tarde, nunca tenía rollos de una noche, no engañaba a nadie en partidas de póker, no huía para escapar de la ley... no aprendió nada en la universidad de la vida. Pero, cuando su enfermedad me obligó a donarle un riñón, quiero pensar que una parte de todo lo vivido por mí formaba parte de él.
Ahora, me hace gracia ver cómo deja los libros a un lado y sonríe con mirada pícara cuando echamos una mano a las cartas.
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