Stephen King dijo una vez que las pesadillas no están sujetas a la lógica, no tiene sentido explicarlas. La explicación es la antítesis de la lírica del miedo. En una historia de terror la víctima no deja de preguntarse: ¿por qué? Sin embargo no hay explicación. No debería haberla. El misterio sin respuesta es el que perdura, el que acabamos recordando.

miércoles, 1 de agosto de 2012

RELATO: MEMORIAS SIN ZAPATOS


Este relato lo escribí para un concurso que debía tratar sobre un paseo por la playa.


MEMORIAS SIN ZAPATOS

Pues sí, cariño, por mucho que paseemos por la playa, nunca nos dejaremos de sorprender al notar la arena mojada en los pies, mientras las rotas olas acaban en tus tobillos. Es una sensación indescriptible, casi como el momento en que te pedí matrimonio, en esta misma orilla, cincuenta años atrás. ¿Recuerdas?
Nos conocimos a los dieciocho años, tú veraneabas con tus padres y yo empezaba mi trabajo como socorrista. Una tarde, tras una larga caminata por esta insigne playa, te pregunté cómo te llamabas.
Las letras de aquel dulce vocablo se perdieron entres las olas, sumergiendo a mis oídos en una brisa cálida. Te dije que yo me llamaba Jorge y que nunca había visto una chica tan guapa como tú. Te sonrojaste y el sol pareció brillar como nunca.
Dos años y muchos paseos playeros después, sucedió. Pronuncié las tres palabras que más marcarían nuestras vidas: ¿Quieres casarte conmigo? Recibí un sí, muchos besos, una caída al agua y numerosas carcajadas. La playa fue testigo de nuestro amor aquella noche.
Nuestros cuerpos, el mar, la brisa y la arena formaron un único ser. Recuerdo, que más tarde aquella noche, mientras la luna iluminaba nuestros descalzos pies caminando por la orilla, decidimos que aquella playa sería nuestro lugar. ¿Te acuerdas, cariño?
Con el devenir de los años, siempre hemos seguido el mismo ritual. Cada verano, pasamos el mayor tiempo posible en este paradisiaco paraje. Esta playa ha sido testigo de nuestros diversos paseos: como novios, como casados, como padres y ahora, como abuelos.
Y es que cincuenta años después, seguimos caminando, cada vez que podemos, por sus cálidas arenas y frías aguas.
Tenemos recuerdos de cada granito de sal y cada concha, que espera a ser recogida.
Ven, caminemos un par de metros más. Aquí, en este punto, me confesaste que estabas embarazada. El paseo, en ese momento, se tornó un motín de emociones en mi cabeza, convirtiéndome en el hombre más feliz del mundo.
Y aquí, frente a este chiringuito, dio nuestro hijo Ernesto, nombre que le pusimos por tu padre, sus primeros pasos. Tenía apenas diez meses, en casa siempre gateaba, nunca se había atrevido a incorporarse. Pero esta playa, tiene algo. Tú estabas a pocos metros de mí, lo soltaste y él solito vino dando pasitos hacia mí.
Sé que no puedes olvidar algo así. Yo no puedo.
Mira, éste es el lugar donde Ernesto nos dio aquel enorme susto. Tú pensabas que se ahogaba y gritabas como una histérica. Luego, con los años, pudimos reírnos de aquello.
Frente a este hotel, tres años después de que naciera nuestro primer hijo, volviste a decirme que estabas embarazada. La arena aún rememora tus largos paseos de embarazada, mientras le cantabas canciones a nuestro segundo hijo. Inés. Ella es tu vivo retrato.
¿Te acuerdas de aquellos veranos tan largos, cuando nuestros hijos tenían once y ocho años respectivamente? Nos quejábamos de que no nos dejaban descansar. Aún así, nunca nos privaron de nuestros largos paseos.
Vamos, no decaigas, ya queda poco. Estamos llegando a su pubertad. En este punto, Ernesto nos presentó a María. ¿Recuerdas? Nuestra nuera. Y años después, Inés nos contó que se iba con una beca a Polonia. Sé que esos recuerdos aún te invaden. ¡Cómo olvidar la cantidad de veces que hemos estado aquí corriendo con nuestro nieto Jorge!
Venga, ánimo, cariño. Nota el agua y la arena recorriendo tus pies. Ya casi llegamos al final de nuestro largo paseo. Sabía que serías capaz, mi vida. Todos estos años juntos, todos estos paseos, todos nuestros recuerdos, te quiero.
Por un momento, dejamos nuestro lento paso y nos paramos. La miro. Su envejecido rostro me sigue pareciendo el más bello del mundo. Observo sus ojos y espero. No hay respuesta. El alzhéimer va ganando. Sin embargo, por un momento, contemplo un brillo en sus pupilas. Sonríe.
Las lágrimas resbalan por mis arrugadas mejillas. Me digo a mí mismo, que mientras me queden fuerzas, seguiré trayéndola a esta playa y pasearé con ella, tal y como nos prometimos aquella noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario