
Una vez se acercaron a su castillo un pastor y su hijo, para venderle lana, porque el hombre había escuchado que tal monstruo tenía tesoros en cantidad.
Mientras el gigante jugaba con el niño, al que previamente el padre había instado a que distrajese, el pastor se adentraba en las salas del castillo, descubriendo un lugar plagado de cofres con oro y diamantes. Así, el pastor asesinó a su propio hijo y al gigante, para luego apropiarse de toda la fortuna.
Salió del castillo contando que había matado a ese temible asesino de niños, que se había cobrado la vida de su pequeño. La gente lo aclamó como un héroe. Desde ese momento vivió una larga vida donde no le faltó de nada, se volvió a casar y tuvo nuevos hijos
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La moraleja es que los monstruos no son siempre lo que parecen.